Un poema, no de flores, o de nubes rojas al atardecer,
Unas letras engañadas, con sabores a rígidas panteras,
Un poema que llama a un quien,
Que dice su nombre sin decirlo,
Que grita con boca cosida con hilo grueso,
Transita cavidades, acantilados, sanjones,
Busca los ojos exactos,
Que quizás estén en otro árbol,
En otra rama,
Salpica inocencias y mira a la altura de los pies,
Cae entre moras con espinas, se arrastra sobre piedras muy mojadas,
Un cúmulo impensado de tierra adormecida,
Un pequeño bote que flota asustado en un océano agradable,
Un golpe que sale del pecho hacia las puertas de madera verde,
¿Sabrá a quien llama? Con un eco de una hoguera quieta,
Voy buscando una frontera, donde hacer pie y bajarme,
Del papel sucio y arrugas de miles de manos transpiradas,
Ya veo el margen,
Preparado el pie,
Me arrojo.
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