No hay que empezar un poema con la palabra aceituna,
Es martes, mis labios han estado pintando paredes por una eternidad,
Pero el color de mis labios en las paredes se distraía y volaba,
Arqueé mi espalda con tanta fuerza que quedó un túnel atravesándome,
(¿Se dirá arqueé?)
Por allí caían todas mis orejas al suelo,
Suelo, era en realidad cascos de barcos con verdín,
Mi boca se llenaba de muchísima saliva,
Me daba vergüenza escupirla,
Una importante cantidad de gente me miraba y murmuraba,
Con esas bocas negras en el pecho,
Una espalda, solitaria, lo sé, se apoyo en mi espalda,
Lentamente y con palabras de lino la fue aflojando,
Perdí un poquito el miedo, pero ¡ojo! Siempre alerta.
Dancé unas piezas de baile con una dama de buenos y saboreables pechos,
¡Que placer! Esos pezones almendrados,
Una taza de arroz con leche me separó de la mujer,
Me llevo a un jardín de raíces, no de flores,
Bellísimas raíces que debían estar soterradas, nunca comí ese arroz.
Me senté, finalmente, con mi pastilla recetada, lejos del ruido y pensé,
No hay que terminar un poema con la palabra aceituna
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