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26 dic 2016
23 nov 2016
Las paredes de mi casa tienen pelos, pelos largos y tupidos no una pelambre
insignificante, por mandato familiar debo cuidarlos y mantenerlos lisos y
brillantes, por suerte no tienen caspa… aunque creo que eso tiene que ver con
el cuero cabelludo, no estoy muy seguro, pero sí sé que no tiene caspa. Según la
tradición familiar esto sucede porque en toda mi familia, desde tiempos que no
conozco, se pelea arrojándose muebles y cuando pasa que una silla atraviesa la
ventana, cerrada o abierta, en caso de estar cerrada hay que recoger los
vidrios y arreglarla, decía que cuando una silla atraviesa la ventana los
cabellos de las paredes crecen entre diez a quince centímetros. Este método de resolver diferencias fue
evolucionando, ahora se utilizan muebles más livianos y las ventanas están siempre
abiertas aunque estemos en invierno. Se gasta un poco más en frazadas pero
menos en vidrios rotos y arregladores de ventanas. La última discusión tuvo que
ver con mi persona, mi abuela dijo en la mesa que yo era hijo del vidriero, de
inmediato la facción de mi padre desato el conflicto arrojándole una mesita
ratona a la cabeza de mi hermana menor, somos muy pobres para compararnos con
montescos y capuletos pero es algo así, mucho encono. Al final no se sabe si
soy hijo del vidriero pero aquí estoy recortando y emparejando y preparando la
planchita… bueno la planchota.
Oriel Zolrak
Oriel Zolrak
22 nov 2016
15 nov 2016
10 nov 2016
1 sept 2016
Las lágrimas afilaban las navajas, estas dormían aguardando la noche y las manos que jamás temblaban, entre las ropas contaban los pasos, el silencio, la quietud perfecta, la tibia mano, el relámpago, el tajo profundo, las piernas largas, el recuerdo del que fue, quizás el último latido. Lavadas, secadas, guardadas, aguardando seco el filo el regreso de las lágrimas
¿Qué piel preferirán las navajas? No lo saben cuándo es tiempo de lágrimas, tiempo de filos, tiempos de nada.
¿Qué piel preferirán las navajas? No lo saben cuándo es tiempo de lágrimas, tiempo de filos, tiempos de nada.
21 jul 2016
Apoyado mi mentón en mi mano, con la cabeza ligeramente inclinada hacia adelante, sentado, sentía la sal caer desde mi rostro y formar un pequeño cumulo blanco azulado por la escasa iluminación, en una mesa desequilibrada, un par de décadas atrás una joven le había sonreído, un par de décadas atrás su piel era una superposición de telas agrias, quizás menos que ahora, no entendía por qué aquella joven desconocida le regaló esa sonrisa , que solo existió en un encuentro fortuito de no más de diez segundos, volvía una y otra vez a él, esa boca pequeña que como una flor recién desata un hechizo rojo. Ahora que la gente caminaba de espaldas, cuando las voces repetían una y otra vez no más de veinte o veinticinco palabras, con tormentas lentas y relámpagos flacos, con incomodas almohadas invocadas como las más tiernas y tersas, con el relato de aquellos que intentan una ingenuidad inexistente. Ahora la sal sigue seca sobre esa mesa absurda y que se dirige al fuego.
Carlos Leiro
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