Arden los músculos de un hombre amanecido,
Las estrellas rodean al fuego entre la luna,
Esa luna esponja y sed, luna de sienes bien hundidas,
Se despiertan de a miles en el mismo instante,
Las cabelleras esparcen los recuerdos de los sueños,
Pero un lejano mar grisáceo los recoge entre sus olas,
Alguien que ha soñado mil caballos,
Con piel de espinas, de puntas ponzoñosas,
Ese, si ese, retuvo el sueño entre sus dedos,
Lo mira, lo acaricia con los ojos,
Hasta ve el color de los caballos,
Sus crines peleando con el viento,
Ve los pasos al galope desde abajo,
No son mil ya son millones, infinitas espinas, secas, afiladas,
Recorren los bordes de todo mar posible,
¿Besan o lastiman a las espumas fatigadas?
Cae el día encima de mil noches,
La necesidad de acabar la desnudez,
El espejo y los rostros que se crean,
Los caminos diferentes de los pies,
Pero no cesan los potros desbocados,
De correr y galopar la simple arena,
Y de uno una espina se ha clavado,
En el cuerpo cuyo nombre no interesa,
Que le duele y no sabe que le duele,
Nunca sabrá que de estas letras nítidas,
Salió el dolor agudo que ahora tanto pesa.
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