Grité, desesperadamente grité pero a los pocos pasos mis palabras caían,
Caían en eternas gargantas, heladas, con superficies agridulces,
Todas pero todas las palabras se desmoronaban con el peso de montañas,
Gargantas lastimadas, heridas larguísimas, sin cicatriz posible,
A pesar de todo seguía gritando, cualquier palabra puede romper el hechizo pensé,
Invoque a miles de abejas con aguja e hilo, imploré que cosieran las heridas,
Bellos túneles rosados sangraban más y mas, saliva y púrpura espeso,
El húmedo tejido hinchado, partido, incrustado de todo dolor posible,
Traté de mirar más allá, quizás alguien pudiera leer mis labios,
Entre nieblas detestables se movían como perdidos, hombres y mujeres,
Miraban sus pies al caminar, como si estos pudieran volar, escapar a tibios arenales,
Agite mis manos, tracé figuras, estiré mis brazos, retorcí cada tendón posible,
Mi pecho tuvo llanto propio, dolor de movimiento afiebrado, calma derribada,
Era necesario que escucharan, mis labios ajados, hinchados por el calor de mis molares,
No dormía, apenas probaba el espesor de los aromas que no conocía,
El color de mi cuerpo cambiaba, mis ojos deshicieron cientos de espejos imperfectos,
La breves lagrimas hace tiempo que subieron en pequeños hilos líquidos hacia mi pelo,
Mi lengua fue cediendo el paso a virutas con brillo, mi paladar cayó hacia mi sombra,
Destrocé a golpes desalmados esa única silla que siempre estuvo conmigo,
La única y tibia madera, restos de un ser vivo desecho en astillas claras,
Deben escucharme, supliqué, mi voz necesitaba tejer un puente de letras afiebradas,
Mis rodillas tocaron tierra, mi espalda derretida, mis manos aferradas a mi rostro,
Volví a levantarme, con todo el espesor hueco que nacía y crecía entre mis huesos,
Miré esas estupidas carnes que no detenían su carrera inútil, espanto y pasos,
Miré como no existieron nunca ni parpados ni ojos que pudieran divisarme,
Creí ver un desfile derribado, un millón de cuerpos apuñados, piel seca, crocante,
Todas las nubes cayeron sobre ellos, nubes enormes, con hierro en su interior,
Crujieron sus cráneos, sus perfiles, sus cuellos secos, nunca terminaron de deshacerse,
Los ruidos seguirán hasta el ultimo futuro pensé, mi cuerpo se fue deteniendo,
Me senté, todo parecía afilado, miré mis manos, miré mis piernas, mi boca se cerró,
El silencio esperado no llego, el cielo imitaba un ruido feroz, grave, intenso,
Dientes y muelas en erupciones sin saliva, ningún dios crearía ese sonido,
Un húmedo cansancio capturó uno por uno todos mis defectos,
Destrocé un espejo final, no deseaba conocer mis relieves aun hirvientes,
No era eso el infierno, no lo era, no era un imaginado volumen de certezas,
Las células se fueron entumeciendo, serenas, alejadas de los ásperos arbustos,
Horizontal, con mi rostro mirando un cielo sin cielo, sin un abdomen de puños cerrados,
Obligué a mis parpados a cerrarse, como un beso lento casi tierno,
Construí un recipiente amplio para mis sueños, Empecé a soñar antes de dormirme,
Sin que me importara ahora que ellos sepan lo que quise decirles
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