Hoy, fue de aquellos días en que anduve desnudo y sin soquetes color piel.

Es abril, pero solo me cortaban los cristales de una ansiedad insistente.

Saludé a siete desconocidos y ellos ni alteraron el curso de sus conversaciones internas.

Ordené mi desorden cotidiano, imaginé demasiados cisnes y volví a no cortarme el pelo.

Camine esa ciudad que estaba demasiado apuñalada por ruidos varios y repleta de aceros desesperados con su interior repleto de celulares pegados a carnes tibias.

Fui uno de los millones de autores de un cotidiano alejador de infinitos

Construí una realidad de mediados de otoño a base de prejuicios y percepciones consensuadas.

No le presté atención a mi corazón latiente ni a mis pulmones ondulados.

Mastique la carne de un bicho que anteayer estaría observando una mosca quizás.

Extrañamente no imagine muchas tibias tetas debajo de abrigos livianos.

Observe si, extrañado, ese cristalino hilo dorado de líquido rumbo a esa recogedora nada blanca.

Necesite disolver mi oreja en una almohada que nunca confesara que me ama.

Y si, escuche varias veces a alguien decir: ¡Es la vida!

Y me pregunte para que me sigo preguntando porque hay gente que cada tanto dice:

¡Es la vida!

Oriel Zolrak