Un camino
Los cementos amarillos parten mi noche, mis almohadas son de mimbre ahora,
Cientos de ángeles de lana parten desde mis brazos, parecen perdidos, sin rumbo,
Caen y se destrozan cuando alguna sombra los acecha, manchas de sangre blanca,
El inmediato sonido de una tiza húmeda y un balcón en mis parpados, avisa,
Los ángeles zumban y tosen, se agitan, de sus gargantas de espeso hilo brotan salivas quebradas…
Pero uno ha elegido ya, toma su rumbo, muy ligero, con voz de océano, no duda, no se detiene,
Sus alas lastiman al viento, el viento destroza sus labios pero los ángeles no saben de otoños,
Atraviesa cien ciudades, cortando cables y tendones, rasgando insomnios y hojalatas,
Sabe que le es vedado mirar los terciopelos y esa luz trémula por un miedo sin espinas,
Si, teme, pero olvida de inmediato los espacios recorridos, vuela escupiendo las memorias,
Siente que ese segundo anhelado asoma, sus alas delatan el esfuerzo, flota lento, se calma, escucha,
Sus parpados se han dado cuenta, se dejan caer, las lágrimas cuidan la mirada sorprendida
Si hay un corazón sigue latiendo, su boca deshecha va del verde al rojo, poco importa,
Por fin ha llegado, nacen pies y su rostro reclama la belleza, camina muy sereno, atento,
Toma aguja e hilo, se sienta y cose, sus manos son espejos de un dios antiguo y firme,
Los cementos, ahora tersos, son cosidos, mis almohadas recobran su ternura, la oscuridad lame los segundos,
Las sabanas inventan mi cabeza y acabaran con mi cuerpo justo antes del cielo rojo,
Solo quedara una pequeña marca, testigo sin paladar, testigo ciego, que se alejara del cuerpo hacia otras letras confundidas.
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