25 abr 2010

Su rostro ovalado, ojos de hormigas en azúcar, sonrisa y aristas demenciales,
Pecho inflamado con venas verdes, piel nadando en sudor, piel sin heridas,
Manos caminantes sobre una mesa de jabón blanco, dedos con sombras verdosas,
Fabricó un océano fresco, lo colocó entre su sillón y la puerta, olas calcadas, unas tras otra,
Acumulaba sus cajas de aire azul en pequeñitas latas, necesitaba comprar arena, ¿blanca?
Pero odiaba salir del mar con los pies mojados y que se llenaran de aquella sustancia incomoda,
Compró también guijarros redondeados, liquidos cayendo en cascadas, rojas sombrillas de hielo pérdidas hace años,
Pero debía pagar aun todo el aire que respirará en esta vida, era duro, muy duro,
Bajó al sótano, donde guardaba terremotos deshidratados y siete amaneceres sin nubes,
En la caja más pequeña descubrió una familia portátil, siguió las instrucciones, metódico,
Así obtuvo padre, madre, tres hermanos y una abuela, que por hablar demasiado la dejo secar,
Sin saberlo en la caja también había una mujer, no era Pandora, era ojos timoratos y sólidos pezones,
También extensos brazos que finalizaban en unas manos realizadas por hábiles reposteros,
La familia creada se fue deteriorando por falta de cuidados, fue partiendo hacia los mares, sin ocaso,
Nunca le atrajo coleccionar abrazos, guardarlos, canjearlos, venderlos,
Nunca deseó un mostrar un diploma brillante a su familia, nunca se detuvo en eso, nunca.
Pero si supo de colosos funerales, para eso confió en el mar siempre, siempre,
Adquirió buena madera y guardó un violento fuego en su antebrazo maltratado,
Obtuvo la mejor tormenta con rayos y truenos para aquel día glorioso, y un buen carpintero,
Cerro las puertas, las ventanas, y me invito a retirarme, me saludó, me entregó a la mujer, mal cuidada, intento sonreír, no le salió, me retiré sin prisa, y no miré atrás lo juro.

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