22 ene 2007


Arranco mi mirada y la empaqueto con envoltorios de infiernos adheridos a un perro húmedo.

Destrozo con mi lengua corazones que laten lluvias de verano hacia un pie exiliado.

Capa por capa, de piel y tejido, llego a mi garganta y afilo una navaja púrpura con la oscura sequedad de aquel hueco extremadamente antiguo que habitaba mi garganta.

Derramo cien recuerdos, obsesivamente contados, en el ruido de la calle Solis, justo al mediodía.

Masticaré noche tras noche todas las estrellas que canten con voz de grillos metalizados.

Rasuraré el mar más ebrio de todos los mares conocidos en mi vientre celeste celestial.

¿Cenaremos otra vez los mismos cartílagos con fondo de película de final previsible?

¿Rezaremos palabras unidas y mirando un techo que oculta infinitos copulando cada noche?

¿Asesinaran nuestras pesadillas con píldoras de eficiencia científicamente comprobada?

El cartero acaba de avisar que mañana sepultaran al mar y a todos sus seres en un inmenso buque de hojalata oxidada.

Le dije que no llevare una selva entera sobre mi hombro esta vez.

El cartero me dijo: ¿Te crees hijo de Luis Buñuel? Tarado.

De inmediato reaccioné y escribí, como un rayo, en un papel encerado, que luego doblé dándole forma de avioncito que se clavo en el ombligote de la suegra del cartero: Nunca le llevaras una carta a Neruda y menos aun jugaras metegol con la Cuccinotta.

¿Porque escribes estos renglones sonámbulo mientras sueñas con elefantes contorsionistas?

¿En vez de esto no podrías mandarle una misiva a Soñadores Anónimos?

Por suerte sonó el teléfono y no desperté.

Oriel Zolrak

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Que sería de nosotros si dejasemos de soñar?

Hola de nuevo.

Carlos Leiro dijo...

Hola Marta.
Y si nunca hicimos otra cosa que soñar???

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