16 nov 2005


Ni media res, tos casi siempre.


Y así nomás se sacan la ropa limpia jamás tenida, y se zambullen con caretas de carnavales cariocas de tres sábados atrás en esos restos que a otros le dejaron de ser utiles, clasifican, ordenan, guardan las vísceras frescas, sangrantes, tibias de algunos caserones con chica que limpia tres veces por semana. Mierda de edificio escuche a alguno decir en una noche.
Caminan por la escarpada sombra de una luna escueta de ciudad seria, oteando y suponiendo con rigor cada décima de centavo que hay dentro de esos envoltorios plásticos negros, las lenguas siempre hurgando en esos boquetes que dejaron los dientes perdidos, algunos sonríen pero aprendieron a taparse la boca con la muñeca.
El hilo es imprescindible, mas que el agua, mas que una llave de una casa segura. Alguna uña casi petrificada podría servir de cortante y secante. Siempre hay chicos, siempre; siempre hay lagañas, siempre.
¿También, como en los buscadores de oro, habrá un sueño con sueños de encontrar aquello salvador? Las yemas de los dedos de los más avezados ya saben demasiado de las solideces esperanzadoras o no.
¿Recoveco o esquina? Para reordenar y saber cuanto falta y cuanto seguirá faltando, saben que hay un tren o camión esperando y alguien que dictaminara el valor y lo trocara por constante y sonante. Si hay pucho, bien lejos.
Cuanto pesara, me pregunto, el bulto más el bulto, más el bulto, más aquel otro bulto, el invisible. A veces creo que tardaran años en llegar a ese vagón o ese camión. Pero eso es lo que yo pienso no lo que sucede.

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