Viernes teatro taxi
Allí, de pie, con toda su carcajada y sus labios simples, certeros,
Con su piel jardín, con sus pezones sombras, elemental, ella.
A unos metros, sus mejillas miel se vuelven abejas picadoras de mis labios,
Sus brazos y sus hombros me lastiman, sus caderas fulminan mi nombre,
Imagino mil besos en sus pechos y un mordisco preciso en su nalga,
Imagino mis brazos, imagino mi inmovilidad de madera rustica ante sus labios,
Imagino cada preciso pliegue sin mirarlo.
Pero allí estoy, en un sillón, invisible como esa música que se repite ciega.
Perfecto en la soledad del sillón antiguo, con aroma antiguo y los infiernos en mi piel,
Observando la batalla de seductores, seducidas o seductoras, seducidos.
Soy un observador con demasiadas dunas, una astilla de bronce y tres torres derrumbadas,
Ella, sonriendo y sin dejar ningún zapatito se disuelve en la puerta,
Puerta herida, con dolores de herraduras de caballos de licor verde,
Allí, parado, con mi mascara de despedirse y el “te llamo” para alguien que no llamaré nunca,
Apuro pasos y evito otras bellezas que lastiman mas de noche, huyo sin mostrar mis cervicales,
Un taxi, la cerradura, y un gato, que me vuelve visible, con aroma y voz.
¿Los gatos me ven o me adivinan?, quien sabe.
Allí, de pie, con toda su carcajada y sus labios simples, certeros,
Con su piel jardín, con sus pezones sombras, elemental, ella.
A unos metros, sus mejillas miel se vuelven abejas picadoras de mis labios,
Sus brazos y sus hombros me lastiman, sus caderas fulminan mi nombre,
Imagino mil besos en sus pechos y un mordisco preciso en su nalga,
Imagino mis brazos, imagino mi inmovilidad de madera rustica ante sus labios,
Imagino cada preciso pliegue sin mirarlo.
Pero allí estoy, en un sillón, invisible como esa música que se repite ciega.
Perfecto en la soledad del sillón antiguo, con aroma antiguo y los infiernos en mi piel,
Observando la batalla de seductores, seducidas o seductoras, seducidos.
Soy un observador con demasiadas dunas, una astilla de bronce y tres torres derrumbadas,
Ella, sonriendo y sin dejar ningún zapatito se disuelve en la puerta,
Puerta herida, con dolores de herraduras de caballos de licor verde,
Allí, parado, con mi mascara de despedirse y el “te llamo” para alguien que no llamaré nunca,
Apuro pasos y evito otras bellezas que lastiman mas de noche, huyo sin mostrar mis cervicales,
Un taxi, la cerradura, y un gato, que me vuelve visible, con aroma y voz.
¿Los gatos me ven o me adivinan?, quien sabe.
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