6 feb 2010

¿Por qué los alfileres suben tan alto y caen?
Tomo los apoyabrazos de la silla, fuerte, con miedo,
Me repito tantas veces: No debo temer, no debo temer,
Pero sueño con sus manos tan blancas, tan suaves, llenas de planetas,
Sueño con una pequeña parte de su boca, también con sus cejas,
Muchos rostros se confunden en una sola, invisible para mi, cara,
Mi cuello se derrite y mi cabeza cae, el y yo sabemos lo que busca,
Pero no esta, se escapa, no me ve, y entonces sí, mi cuerpo cae atado a mi cuello,
El suelo arde, mi espalda arde, con actitud me levanto,
No deben saber que he caído, acomodo mi simple ropa,
Y de mi pulmón extraigo una sonrisa extraordinaria, ¿sonrío?
Depende la ocasión me muevo nervioso o doy pequeños y ridículos saltitos,
Hay demasiada gente, muchos han caído hace un rato y no lo muestran, me doy cuenta muy, muy rápido,
Hablan, muestran sus molares, beben, hacen gala de sus fortalezas y hazañas cotidianas,
Voy esquivando ciertos perfumes, sonrío y me detengo en una discusión,
Hago gestos de aprobación a veces, en otras arranco de mis venas ese rostro rígido del que esta muy, pero muy atento,
Una vez propuse colocar los pezones de las mujeres en el freezer por diez minutos,
Reí, y todos aprobaron, sabía que no escucharían eso en aquel lugar, también reí,
Mientras tanto voy evitando que los alfileres se posen en mis hombros,
Es una verdadera hazaña esquivarlos sin perder naturalidad y seguir andando como si nada,
Pero nunca, nunca, nunca tres veces, pierdo la ilusión de encontrar aquella mirada,
Que despertará las pestañas, que socorrerá las pequeñas venas acurrucadas de tanto engaño,
Los “permiso” de los mozos me vuelve al salón cuidadosamente iluminado,
Empiezo a sentir al arco de mi pie izquierdo, siempre es él, el primer avisador,
De a poco mi cuerpo empieza a suplicar insistentemente que me vaya ahora mismo,
No quiero irme ahora, dentro de un rato ya veremos, a caminar y sonreír a las ancianas,
Mi cuerpo se niega, cualquier negociación es absurda, me ataca, comienza un espectáculo decadente,
Las terribles peleas entre mi cuerpo y yo siempre asustan a la gente, más si es de piel satinada gris,
Me revuelco, grito, sudo, escupo espuma por mi boca, entonces siempre llega esa ayuda caritativa,
Entre varios me contienen, siempre alguientrata de tomar mi pulso como si supiera, la ambulancia arriba, siempre de blanco ellos me inyectan, me cargan en la camilla,
Mis pies, mis muslos, todas mis partes ríen porque saben que ganaron la contienda,
Nos vamos al fin, de una manera que no elijo, que me molesta por demás,
Sin embargo, yo, arrebatado de la realidad por los calmantes, desde la camilla y con mascarilla de oxigeno colocada,
Miro, observo con la poca nitidez que queda, espero, la busco entre los que miran asustados,
Si, la espero, aguardo que sus brazos se alarguen hacia mí, que ella suba a la ambulancia conmigo, Que solo diga ¿Estas mejor?

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