Ese absurdo suponer que será leído
Los miles de silencios que emite una mosca,
Mi piel fría cayendo de mi cuerpo hacia las bocas pacientes,
Una sola gota de agua salobre que se retiene quieta, no inmóvil,
Todos los golpes de un corazón en un solo y único planeta,
Pieles oscuras, oscuras de sangres, sangres que nunca se detenían,
Un mar de olas espesas, espumas amarillas y pequeños ríos negros,
Caminar y caminar por las faltas de junglas con sonidos alterados,
Cielos nublados sin manchas que busquen una rama verde,
Lo poco que sé de mis senderos interiores, resbaladizos, agrios quizás,
Ese tiempo frágil, nocturno, viviente, adorado, y que se desvanece,
Pestañas cansadas, que odian la luz, secretos escondrijos de no sabemos que,
Y el camino, tramposo, con espinas disfrazadas de golondrinas curiosas,
Pie, sobre pie, sobre pie, sigo y agoto a mis sienes para que cubran mis pupilas,
Siempre fuimos ciegos, tan ciegos de tacto, manos contra astillas, brotes,
Aquel hombre que cosió su boca con hilo de savia, sentado, mirándola, a ella,
Aquel hombre que animó a la pequeña ala de un desierto hecho plumas y pico,
Aquel hombre cuyas sombras iban sucumbiendo llevándose ínfimas y cansadas miradas,
Allí donde el fin besa a un principio diferente, que no retornara eternamente,
Donde las lenguas se retuercen como si las llenaran de sal marina, cristal,
Y no hay fin, solo un acumulado grupo de músculos que yerguen los huesos,
Ruidos de hombres, ruidos que lastiman el empeine de la luna amarilla,
Y un pequeño pedazo de tela, seca, que cubrirá mi cuerpo de aquí en más.
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