La meseta
Mi mejilla clasificada como semitersa jamás ha tocado el suelo,
La he resguardado de las lenguas de todas las avispas, negras, hueso,
El sudor construye en mi espalda íntimas catedrales de hielo,
¿Es por eso que no puedo parar de girar? Mis dedos no contestan,
Cada instante hierve y se aleja, cada oro destrona al anterior,
Esa miel solitaria se refugia tibia en los imperfectos muslos,
Cabalgan corceles lacerados por hojas de papel resecas, curvas,
Cada pequeño intento de aspirar profundo se atraganta, inflama,
El antiguo recinto de una copa de madera encerada, firme, sugiere,
A todos mis tendones que se desprendan, mi piel fortalecida detiene,
Detiene los músculos que obedecen sin saberlo, rodillas, cabellos,
Detiene mi mente a los espejos que se acercan encorvados, nieva,
El milagro breve del relojero, las sonrisas sin dientes ni marfil,
He saltado la estupida valla del bienhechor, lentes verdes, finos,
Giro y en cada giro mi barba oscurece mi mentón, labios, sales,
Giro y hay un cielo interminable, estrellas negras, rubias sombras, asteroides,
El sabor de la palma de mi mano, es un lobo el que te mira, ahora, ries.
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