11 ene 2010

Rescato una serie de palabras entre las ovaladas piedras de una playa,
Raras las letras, canciones pequeñitas para un niño, pensé,
Pero un nombre, de mujer, simple, aseado, atractivo,
Luego unos muslos subidos a un reglón,
Unas caderas vibrantes que agitan una estrofa,
El papel esta mojado, y el sol no calienta todavía,
La entreveo entre sedas y un cuarto rígido, en penumbras,
Rostro de ángel seguro, pero un miedo se ha instalado ya en su frente,
El sol se niega a entrar, y la luz de la lámpara codicia acariciar sus límites,
Existe siempre una espera, un ligero temblor caído entre ansiedades,
Repite cada día con un calco,
Los minutos y las horas y los días,
Solo su piel es el reloj de un tiempo ebrio y caminante,
Una carta en papel miel se esconde tibia en un sobre,
Sus uñas repiten la meticulosidad de sus labios,
El espejo se derrite, no importa, hallará otros reflejos,
Sonríe a veces, para que cuando la sonrisa sea necesaria sea espontánea,
Planchadas bien las faldas, exacta la camisa, las media parecen bañadas por la luna,
Siempre acomoda sus pechos los quiere bien redondos y bien puestos,
Sentada en un sillón o recostada en su cama, esas dos posturas son eternidades,
No quiere imaginar el rostro, quiere impresionarse, agotar sus ojos,
¿Pasan los días? Eso es cosa de algún universo desviado,
Prefiere retocar los ínfimos errores de ese maquillaje que envejece,
Sueña los golpes de la puerta, sueña una ventana que se abre,
Despertar y estar lista cuanto antes,
Radiante, esbelta, puestos todos los esfuerzos para ser sabrosa.
El papel húmedo se ha ido, no dejo más que estas palabras,
Las olas enfurecen, obligan a partir, se lo han llevado,
El intento de recuperar el papel lo destroza,
Las espumas lo han tomado como juego, ya no existe.
Esto fue hace mil atardeceres y recuerdo las piedras ovaladas

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