Desperté con mi habitación llena de elefantes,
La habitación es grande, bastante grande,
Los elefantes se movían rítmicamente,
Tenían los ojos como cristal y rojos,
Sus colmillos estaban cortados,
Chorreaban un líquido blanco, pegajoso,
Pregunté acerca de la existencia del amor,
Murmuraron entre ellos y no más,
Saqué todos los reptiles de mi habitación,
Con chorros de agua certeros y poderosos,
También había reptiles en mi cuarto,
Los elefantes me miraban, me miraban, me miraban,
Me dieron pena, creo que ellos tenían pena de mí,
¿Serían los últimos? ¿Seremos los últimos?
Los últimos serán los primeros ¿primeros en que?
Abrí una ventana y de inmediato sacaron sus trompas,
Se alimentaban de bostezos,
Aclaro que donde vivo la gente duerme poco y bosteza mucho,
Acaricié uno con mucho miedo, pero justo sonó el teléfono,
Una persona conocida con sentido común, Me reprochó eso de tener elefantes,
No llegué a contarle que estaban ahí cuando desperté,
Pues me reprochaba a los gritos y luego colgó,
No éramos los últimos, también estaban los que bostezaban,
Había alguien que había llamado por teléfono,
Noté que a los elefantes no les gustaba que escribieran sobre ellos,
Fui a un rincón, me apoyé en la esquinita, y escribí tranquilito,
Allí podía disimular, hacía que dibujaba,
Levante mi cabeza y busqué al famoso elefante blanco,
No me tocó a mí, mala suerte,
Tuve sueño, pero mi cama había sido destruida por los elefantes,
Tuve sed y un elefante me alcanzó con su trompa un vaso de agua,
Tuve hambre y me di cuenta que podía alimentarme de bostezos,
Y eran ricos los bostezos,
Vi chorrear un líquido blancuzco de los costados de mi boca, ¿No seré un elefante?
Pedí a Dios que la gente siguiera bostezando,
Yo era ateo pero luego de ver tanto elefante, y no saber si era un elefante,
Empecé a creer.
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