Los silencios hierven alrededor de su memoria, son tejidos y arañas,
Creer que se camina pero los pies no sienten ningún suelo,
Su carne muerde el aire, el aire escupe lo que ve, ligeras pausas de sol,
Todo, todo él olvidó el color de sus brazos, su cabello es carmín,
Cada tanto su interior sucumbe, liquido se pierde, liquido se arroja,
Su adentro estalla en alfileres, su adentro se detiene, arde, arde,
Todos corren ahora, dementes, lacerando los ritmos imposibles,
Cuando el cielo cambia de color, ellos buscan las manos, otras manos,
No sabe si correr o estarse quieto, pero ya está corriendo, no mira,
No desea huir, quiebra sus piernas con sus dientes, caer y estar sentado,
No hay dolor, diez mil atardeceres para un solitario horizonte,
Las pequeñas piedras comienzan a crecer, se vuelven únicos planetas,
Flotan, se elevan, vuelven a ser las cotidianas luces en el cielo,
Una voz, lejana, con el sabor de sus labios, temo, temo y temo,
Su cuello resbala, vaya a saber que pasará con su cabeza, no lo sabe,
Unos latidos se acercaron, como un cometa se pierden en el marnubes,
Llueve ahora, lame sus huesos, no puede caminar recuerda el vuelo,
Ríe, no sabe porque, deja atrás cables y edificios, no hay hilo ni papel,
Soy yo el que ahora no ve, mis labios palpan las heridas de mis piernas,
No puedo saber si mi color es celeste o un tibio rojo, sonrío,
Nadie ha inventado los espejos y está bien, no sirven en la oscuridad
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