23 dic 2007

Página 23, Capitulo 17, tercer tomo,

Acunando a sus despertares comenzó a caminar en aquella lengua interminable, turbia,

Arterias de madera, sus pies, atolondrados siempre,

Arrasaban metros y metros en una sensación de espacio derretido,

Volviendo invisibles lustrados zapatos de nudo de corbata prolijo,

Titubeante, con el miedo mordiendo el mismo esternón y la misma medula tierna,

Creyendo que iba descreyendo y descreyendo que iba creyendo,

Alterado su mirar, fatigadas sus antiguas certezas, llorados sus muertos y no muertos

Sangre latida, sangre sangrante, sangre sin color en un cuerpo de fiebres y tejido,

Jamás con paso firme, siempre cayendo, siempre volviendo a ir,

Sabiendo sin ojos que las luces de la ciudad iban cayendo en un barro liso,

Con el temor de espina de un dios que derrite su mascara detrás de otro y otro,

Entendía porque dios había sido necesario, entendía que jamás entendería detrás de dios,

Mil cruces, mil estrellas, mil ángeles vomitados al borde una herida nítida,

Sin detenerse, riendo con el recuerdo de alguna vez superhombre, ardiendo gotas,

Solo,

Solo y cuerdo, solo y loco, solo, sin volver atrás, sudando certidumbres de voces firmes,

Con un astillero de dudas, con gritos y arrojando palabras al fuego de sus piernas,

Arrancándole poemas a esa luna tan cantada, a ese sol tan bienvenido,

Con manos hinchadas y lastimadas por consonantes y vocales ateridas,

Doloridas todas sus espaldas, con caídas, sin aquel peso de una cruz obligada,

Acercándose al borde aquel donde las voces pierden todo eco,

Donde la pluma de cisne se vuelve invisible, y la palabra destrozada por un abismo filoso,

Arribando con tanto temor, desde la piel al hueso, en donde la saliva lastima y hiere,

Allí donde no queremos estar y estamos, más allá del teatro de los dioses primigenios,

Temblaba, como temblaba aquel cuerpo, frágil, fuerte, en el borde, en el borde,

Atrás, millones de hombres con cotidianos trajes para ver siempre el mismo día,

Atrás, millones de seres que no veía se mostrarían desnudos de palabras y de olvidos,

Siempre la voces de hierro y mármol advirtiendo, siempre,

Locura, insanía, herejía, insanía, locura,

Sus pies no oyen, sus músculos no escuchan, su paso, su caminar, su ir,

Con fuerza de corcel, con fuerza de jinete, no, con fuerza lenta, de hombre cansado,

Sacude las palabras tibias, que se deslizan sin inventar ninguna metáfora,

No mira atrás, quizás porque ya se encuentra en un lugar sin adelantes ni costados,

Temblando universos ingresa al lugar donde la luna no tiene nombre…

2 comentarios:

eika dijo...

Allí donde las sienes poseen innecesaria sabiduría.

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Paso a saludar...

Felices Días, señor Carlos :)

Que la pase muy bien.

Carlos Leiro dijo...

Gracias por tus deseos eik, es un placer compartir con vos y otras personas que aprecío este blog.
Esta muy bien eso de la sabiduria, quizas en el lugar donde las palabras no arriban no sea posible la sabiduría, aunque no estamos tan seguros.

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