Duermevela
Me arrojé hacia la mirada, una vez adentro cosí los parpados con saliva hilada, las imágenes rebotaban sin cesar contra los parpados, audaces, agresivas, pero sé coser muy bien, con celeridad y destreza, quizás es en lo único en que soy diestro, cuando escribo y dibujo soy siniestro. Busque cobijas y suaves almohadas entre recuerdos del “mirante”, descubrí unas caderas que no cesaban de moverse y las tomé, el recuerdo de un viejo crimen lo dejé dentro de una boca de un león de circo. Busqué y busqué pero no encontré esperanzas puras, barrí las melancolías y las puse debajo de una lengua demasiado chata.
Me arranque la cabellera y desate la seca soga. Materia espesa, semilíquida, con movimientos orgánicos, de latidos verdes; mujeres cristalinas empezaron a caer, el planeta se encogió hasta llegar a tener el tamaño de una bolita de vidrio de aquellas con las cuales jugaba torpemente en la parte sin césped de mí, jardín. Las mujeres ya no caían, estaban allí, sin orbitar, eran muy bellas y de tanto en tanto un color ámbar las atravesaba, gemían, gemían orgasmos que no querían ser oídos, los mismos que alcanzaban a un Ulises atrapado. Vi los pies de aquel Ulises, con sandalias sucias y estigmas en los pies, alcancé a mirar su barba pero en un giro la nuca impidió ver sus ojos. Ya estaba yo entre cobijas y almohadas sin una tierra que me sostuviera, y este no es el sueño, solo un duermevela ovalado. El sueño sí que fue extraordinario pero caminó demasiado cerca de un olvido. Los parpados siguen cosidos y siento el dulzor de las imágenes rebotando contra ellos, eso me tranquiliza, por ahora.
Carlos Leiro
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