No hay septiembres cuando las cabezas se guardan en el
abdomen de un herido.
Afuera está el cielo desparramado en un jardín rojo sin
senderos de lajas,
Afuera hierven los adentros, afuera la sed se masturba,
afuera también el sol,
Hay llaves en los bolsillos, aparecen cuando las manos
rascan las barbillas.
Hoy aquello que sucede día a día es para mí un absurdo
continuar de hechos, no es la religión la que protege, la invocada, es el
denso, repetido y angosto cotidiano, aquello donde nos pensamos eternos y si
hay algún pensamiento que intente abolir su continuidad se ruega algún dios o a una ciencia que de esta manera
se transformará en algo mágico nos salvara del desorden.
Pero qué pasa cuando esto desaparece, cuando no entiendes
nada, cuando las comunes carnadas de felicidad se vuelven bacterias de huesos.
Riqueza, amor, certidumbre, trabajo o lo que sea, no son más
para mí que espejos rotos.
Lo real es el hambre, el dolor en un cuerpo asimétrico, el
océano es un universo acromegalico, maravilloso, al que intentamos comprender
con los elementos de percepción que disponemos de tan poca envergadura que son
una sopa de espinas transparentes.
Lejos de la voluntad me siento herido de muerte, muerte desinteresada
que mastica todo relato humano y humanizado de los aconteceres, afirmar que la
repetición niega lo sorprendente, asombro fantástico, asombro terrible como los
firmamentos a los que temía Pascal y que contaba Borges.
Son los mensajes de los cuerpos que envejecen los que nos despierta e invierte el traje de hombre incesante que cumple con las normas de todos los días.
El cabello aprendió a crucificar los piojos que inundan mi cabeza,
La mano se toma mil años luz desde la rodilla hasta el mentón,
Los parpados se han rajado y veo aunque no quiero, ¿Lo real?
¿Es la piel la que sueña? Si es así debería ser ilegal…
Consumir la agonía de sinónimos, para construir una nada levemente coloreada, ¿a quién defender en una guerra? ¿Cuando los labios pierden su inocencia?
Dame una razón dicen algunos pero la razón es saliva recién escupida, esa fe inundada de dígitos y algoritmos, engreída fe en la confesión electrónica de twitter o algo parecido.
Las nubes espantadas por los egos dejan sus gotas más acidas,
La forma humana no ha quebrado el cristal ¿es futuro o es pasado?
Kafka nunca supo que era nadar en miel invernal,
Todavía no podemos dar sombra como viejos arboles,
Insectos unidos y con un solo sentido ¿eso somos?
La lengua es humedad, esto la vuelve amiga del olvido, ese minero al que no le importa el oro no cesa en tallar la piedra, desconoce porque lo hace pero lo sabe. Molesta a un gato que se está lamiendo y podrás ver que retorna su tarea en el mismo lugar del cuerpo. ¿Cuanta memoria tiene la cabeza empalada? Sabemos o creemos saber que repite el miedo, en silencio y empalidecido. El sabor dulce es desconocido por las lombrices de tierra.
Anheló toda la dulzura, pero el interior del cráneo se propuso la aspereza,
Sentado en un rugido, en un ocaso obeso, en un diente quebrado,
Anheló un abrazo y una colmena cercana, una heladera tibia y muchas mantas,
Germinar en otras vidas, bien azules, acosadas por avispas marmoladas.
Nada de lo humano es medida, somos células como lo son los alces y las moscas, escribir el universo con humanas letras es la más común de las costumbres, tanto miedo y tanto deseo en la yema de los dedos hizo real un infierno injusto y por lo tanto imperfecto. Tocar la luna no es alcanzar una estrella, una piedra que parte una cabeza no puede dar inicio a ninguna historia relevante. No es necesaria una aparición de una virgen en una piedra para sorprenderse, la brisa que molesta cabelleras alcanza para inventar lo inexplicable.
Todas las alforjas están vacías, las gotas huyen en nubes invisibles,
Sumemos momentos e ilusiones de pirita para que los pies no se detengan,
La noche no necesita de nuestras miradas, ni siquiera sabemos si ama a los grillos,
No soy la pantera, ni el león, solo un pequeño caimán rojo cuyos temblores ocultan las escamas
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