
Demasiado apurado como para escuchar a alguien
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Él, perfume.
Apenas terminó de lavarse las manos, descubrió el perfume.
En esa fragancia se habían escondido tantas sonrisas y una mirada que volvía a observarlo después de tanto.
Aroma a cabellos negros y lacios, a una determinada forma de sentarse, a mejillas de una mujer niña tan bella por la cual él hubiera lastimado todos los universos posibles para repetir una tarde en un jardín del oeste con un beso robado como jamas jamas. Y otra tarde eterna pero huidiza, en la que juntos miraron
El perfume, deshizo un cofre de paredes incesantes de olvido tras olvido, y todas las sonrisas de ella tomaron el cielo a fuerza de no sabemos bien que voluntad.
El tibio aroma de dos personas que no existen ya, que existieron en él aquellos días y flores de un Silvio joven y agudo. Incluso se volvieron a entrecruzar por aquellas cosas de correos y claves, búsquedas no buscadas rebuscadas, sabiendo él que ambos eran apenas fantasmas de nieblas y otoños, o sueños lejanos de un saber imposible propias de un caminante nocturno, nostálgico y suéñero aun.
Pero ambos se han marchado de eso tan real e irreal que es el hoy, ella, que quizás nunca fue esta ella que nos muestran los recuerdos, con sus sonrisas sol y sus cabellos negros de noche hilandera y bienhechora, él con sus imaginados caminos a nubes erizadas y con mas imágenes reveladoras y rebeldes, imposibles de hurtar por palabra tras palabra tras palabra.
Y ahora, en un atardecer sin fecha un perfume afilado descosió toda su piel en un chispazo, quizás usando el camino de las arrugas llovidas por tantos intentos o talvez desgarrando senderos de ríos de sal de una pequeña lagrima escondida en vaya a saber que músculo.
Por un instante fue carne viva y mirada nublada, y niño que no sabe bien si llora por felicidad o tristeza.
Luego de un tiempo, no importa la medida, volvió a sentarse con su piel entre sus manos y a coser con hilo de empeño y nuevo olvido.
Construyó, sin saber como, ese cofre salvador o traicionero, para volver a encerrar fantasmas impalpables. Como un buscador de palabras espesas, tapó los últimos recuerdos con nieve demasiado blanca como para parecer transparente. A fuerza de silencios consiguió un candado de labios apretados y paladar seco de hombre maduro o se muestra como tal.
No te contaré más, no es necesario, y quizás poco importe un perfume en estos dias de rapidez e inrecuerdos instantáneos, que de pronto abre algún cielo dorado sin permiso para que arribe a un olfato jamás adiestrado.
¿Se puede elegir lo que se cree?
¿Y si uno cree que elige en lo que no cree?
¿Si escribo es que creo en la palabra?
¿Si imagino posibilidades e imposibilidades es que creo en ellas?
¿Puedo decir que no creo en Dios y en las religiones y sin embargo tener culpas cuasi religiosas?
¿Creer es despertar cada mañana?
¿La ciencia no es una manera de creer?
¿El descreimiento no es creer en que se descree?
¿Y si en lugar de “Pienso luego existo” fuera “creo luego existo y existen solidamente yo y mis alrededores”?
¿Es posible no creer?
¿Cualquier verdad podría ser una creencia compartida?
¿Es la locura una creencia solitaria?
¿Ver para creer o creer para ver como dijo atinadamente Rodrigo Fresan?
¿Creen en lo que no creen, aquellos que escriben “en que creen los que no creen”?
¿Descreer no es empezar a creer en algo diferente a lo que se creía?
¿Querer creer o querer querer creer?
Cuando Theo hace una de las suyas, por ejemplo robarle el peluquín al vecino del fondo, pone esta carita de carnero degollado .
¿No crean en Theo o si?